Estos términos no son siempre sinónimos de municipio, pero son considerados vocablos malditos que los políticos en el poder, y en la oposición, han desterrado de su jerga. Pensarán que si las pronuncian en voz alta podemos alimentarnos con ellos en la larga travesía que está siendo el proceso de segregación. Pero no nos hace falta que ellos nos reconozcan como pueblo. Nos basta con escucharlo de la garganta de los 300 espartanos (como los bautizó Juan en otro mensaje) en la plaza de la Iglesia el pasado jueves y que cierto tribunal nos haya dado una suprema razón.

Volviendo a la conversación de la Semana Santa. Escuché a una señora sampedreña decir: que a diferencia de ahora, que la Cofradía dispone de una banda de música, cuando era niña preguntaba a su padre ¿por qué en las procesiones de aquí no hay tambores y en las de Marbella sí? La imagen de una niña desilusionada por no tener tambores en las procesiones de su pueblo se me antoja como un derecho, representativo de otros que también le fueron negados a los niños y niñas de San Pedro, y que persiste en el tiempo como otras tantas discriminaciones. Igual de importante que el derecho que tenemos a elegir a nuestros concejales y a nuestro alcalde, o a planificar nuestro presupuesto y nuestro futuro.

Pero el jueves, en la plaza de la Iglesia, entre banderas y pancartas enarboladas sonaron tambores. Y reconocí a algunos de los chavales que tocaron en Semana Santa. Gracias a ellos, la nieta de nuestra vecina pudo oír los tambores de la independencia que se acerca.